Hoy, con la toma de posesión de Donald Trump como presidente de los EEUU, se formaliza un hito en la ofensiva de la llamada internacional reaccionaria: una ola de extrema derecha que está consiguiendo trasladar al ámbito político-institucional la ofensiva cultural de los últimos años. Hoy, en un contexto histórico marcado por la crisis civilizatoria, la extrema derecha asume responsabilidades de gobierno en las principales potencias occidentales.
Ahora más que nunca necesitamos un análisis político causal que aborde los factores profundos del éxito de esta ola reaccionaria en lugar de centrarnos simplemente en los síntomas. Ya que, lo cierto es que Donald Trump no es más que un síntoma de un modelo económico fallido que no es capaz de garantizar prosperidad y seguridad a amplias capas de la sociedad.
En 2008, las elites políticas y económicas occidentales respondieron a la crisis económica-financiera pisando el acelerador neoliberal: financiarización de la economía, mayor desregulación de los mercados y la asunción del dogma de la austeridad fiscal expansiva, restando así poder político real a los estados y propiciando una concentración del poder oligárquico nunca antes conocida. En consecuencia, las desigualdades sociales y la pauperización de las condiciones de vida de las clases trabajadoras de rentas medias han generado una enorme desafección política poniendo en tela de juicio las democracias liberales, algo que la extrema derecha está sabiendo canalizar de forma exitosa. Esta es la responsabilidad de quienes durante décadas han sostenido y defendido las políticas neoliberales.
Debemos asumir que esta internacional reaccionaria no es un fenómeno coyuntural, ya que las razones profundas del malestar de la gente nos conectan con realidades históricas jamás experimentadas como que la civilización moderna-industrial ha chocado contra los límites biofísicos del planeta, o que por vez primera desde la revolución industrial las innovaciones tecnológicas ya no producen los incrementos de productividad esperados, lo que cuestiona la idea de que la división del trabajo y la tecnología van a producir cada vez mejores empleos y en consecuencia la vida de la gente va a mejorar porque los trabajos cada vez van a ser mejores. El motor que históricamente ha empujado el progreso occidental empieza a fallar, con todo lo que ello significa.
En esta coyuntura histórica, la internacional reaccionaria de la mano de una plutocracia tecnológica representa la salida autoritaria, las élites políticas y económicas que han pilotado la globalización neoliberal hasta el día de hoy se encuentran en estado de shock y no se vislumbra la posibilidad de articular una respuesta global de corte progresista e igualitaria. Quizá ha llegado el momento de abandonar cualquier atisbo de autocomplaciencia, armarnos de honestidad y pensar cómo va a afrontar Euskal Herria este momento histórico.
Seamos radicalmente realistas en el sentido de basarnos en un análisis causal de los fenómenos sociales, culturales y económicos que vivimos, y seamos radicalmente pragmáticos en el sentido de centrarnos en las transformaciones sociales e institucionales que debemos acometer en la escala vasca asumiendo nuestras limitaciones pero valiéndonos de nuestras capacidades comunitarias.